Throw the dice, Lord, your turn has come and it is winter. The trident is cornered, the mountains covered with a skin of ash. Lord, behold light’s song here, your due, in the stillness of the sea and the pure discretion of the endless night. Behold your son, Fire, burning the whole surface with his touch and seducing the water with his gilded tongue. Look here, Lord, his stepsister Dawn, liquid hierophant, maker of shape. In their terrible language they tell of celebrations, obedience, sin. This time, Lord, throw to us the seed and the male of the healthier species. Don’t announce him by chance, because he will become a cry and rise up with the warm murmur of pavement, and once again be lost to us, punished, denied. Let none but you, oh Lord, wield the butcher’s knife this time; mature a chord when life ceases and rain unexpectedly cleanses the lovers’ yoked hips. Throw the dice, Lord, your turn has inevitably come. Cast them without fear from your wide hand, because luck’s twelve sides won’t wait, and the sky points towards multitudes and disaster. Throw them, Lord, your turn has come and it is burning summer.

Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno. Arrinconado está el tridente, una piel de ceniza cubrió las cordilleras. Señor, he aquí el canto de la luz a ti debida, en la quietud del mar y discreción tan pura de la noche infinita. He aquí a tu hijo Elfuego, ardiendo con su tacto la superficie toda y al agua seduciendo con su lengua dorada. Ved aquí, Señor, su hermanastra Elalba, hierofanta líquida, posesa de las formas. Ellos narran en su tremendo idioma las celebraciones, la obediencia y el pecado. Arrójanos tú esta vez, Señor, la semilla y el varón de la especie más sana. No lo anuncies al azar, porque deviene llanto y se alza con el tibio rumor del pavimento, y otra vez se nos pierde, nos castiga, nos repudia. Que nadie sino tú, oh Señor, esgrima esta vez el cuchillo del jifero; madure un acorde cuando la vida cese y la lluvia limpie, sorpresiva, las caderas uncidas de los copulantes. Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno de lo ineluctable. Despídelos sin miedo de tu anchurosa mano, porque a los ocho lados la suerte nada espera, y hacia la muchedumbre y el desastre apunta el cielo. Arrójalos tú, Señor, te ha llegado el turno y es ardiente verano.