We are accomplices
and accomplices have no
reason to embrace or kiss
or mourn their own dead
or ours.  We live
in endless complicity
with shameful times
that have become scars and ashes
in our memory.  Dark days
that today are luminous mist
in Neuchâtel
or in brothels on Las Ramblas
whose ceremonies
we don’t attend but which we’re familiar with
because we’ve lived in brothels
and in dungeons
and in the incense
of basilicas.
Accomplices don’t even
need to love themselves.
They love, they walk
blindly, they don’t want to return to school
or home
or world literature.
It’s enough just to be accomplices
without knowing
or despite knowing.
And now I say or whisper:
Álvaro, do you understand the words
I will never utter?  Do you understand
the tears we cried
and will never cry again?
I, drowned,
in the bathroom
when you open the door
and I am there instead of the mirror
where you expected to find yourself.

Nosotros somos cómplices
y los cómplices no tienen
por qué abrazarse o besarse
o llorar sus muertes
y las nuestras. Vivimos
incesantemente la complicidad
de tiempos que fueron indignos
y que hoy son ceniza y cicatrices
en la memoria. Días oscuros
que hoy son luminosa neblina
en Neuchâtel
o en los prostíbulos de las Ramblas
a cuyas ceremonias
no asistíamos y que conocemos
porque vivíamos en los prostíbulos
y en las mazmorras
y en el incienso
de las basílicas.
Los cómplices no necesitan
ni siquiera quererse.
Se quieren, caminan
a ciegas, no quieren regresar al colegio
o a su casa
o a la literatura universal.
Les basta con ser cómplices
sin saberlo
o a su pesar.
Y ahora te digo o te susurro:
Álvaro, ¿entiendes las palabras
que nunca diré? ¿Entiendes
las lágrimas que llorábamos
y que nunca volveremos a llorar?
Yo ahorcado
en el cuarto de baño
cuando abres la puerta
y allí estoy en lugar del espejo
donde te buscabas.

© Antonio Masoliver. All rights reserved.